Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

Bienvenidos a mi blog. Todas las imágenes y los textos del blog son de mi única y absoluta autoría para el disfrute de quien sepa apreciarlo.

(Para quienes sólo quieran ver mis obras pictóricas, las encontraréis aquí http://raultamaritmartinez.blogspot.com.es/ )


sábado, 4 de noviembre de 2017

Vicent (Mirada de león)

Era pequeño para su edad y, ciertamente, estaba un poco asustado. Su padre le susurró antes de dormir unos consejos para afrontar su primer día en el nuevo colegio y Vicent le escuchó envuelto en la penumbra de su habitación con los ojos muy abiertos.

Al día siguiente, subió los cuatro escalones de la escuela con el cuerpo muy recto, el gesto serio, ajustándose la mochila en la espalda.

Esa mañana llamaron a su padre.

Un grupo de niños habían acorralado a Vicent y le habían golpeado.
Mirada de león-22,9x30,5cm-Lápiz grafito, carbón y pastel blanco

Después del papeleo con la directora, llegaron a casa y el padre sirvió la comida en silencio. Ambos se observaban mientras comían. Cuando acabaron, el padre miró directamente a los ojos de Vicent. El niño se irguió, se repasó con la lengua el corte que le nacía en el labio y empezó a esgrimir una sonrisa. Su padre también comenzó a sonreír y enseguida rompieron a reír a carcajadas. Cuando se calmaron, Vicent miró fijamente a su padre para mostrarle algo que ambos ya sabían. Que Vicent superaría aquella situación. En su miraba brillaba una energía especial, una suerte de poder que sobrepasaba los límites de lo corriente. Y el padre lo sabía.



Pelirroja

La mañana entraba en la habitación directamente desde las puertas de cristal del balcón, atravesando las cortinas que bailaban mecidas por una suave brisa.

Una franja de sol iluminaba las baldosas, subía por las sábanas de la cama hasta la pared. En su camino de luz destelló en el cabello rojo y húmedo de Elsa.
Melena roja-22,9x30,5cm-20171019_181129

Acababa de salir de la ducha y le gustaba sentir el calor del sol en el cuerpo mientras se secaba. Lo había convertido en un ritual placentero que finalizaba frente al espejo, desnuda, completamente segura de sí misma. Le gustaba repasar las cicatrices del maltrato que sufrió siendo una niña y que casi le cuesta la vida.

Se vistió con parsimonia. Primero el sujetador, y al final, comprobaba que el seguro estaba puesto y enfundaba la pistola. Se ajustó la placa, se guardó la documentación y cerró con llave.

Al irse, el apartamento quedó en silencio.

La franja de luz solar escaneó la estancia a lo largo de la mañana, como si creyera que Elsa aún estaba allí. Después, se escabulló una vez más tras las cortinas.


Con los pies en la arena

Se sentía como una batería descargada. Le costó seis vidas llegar hasta la playa. Y en la orilla lamida por las olas, cayó de bruces. Se incorporó con las ropas empapadas, la cara cubierta de arena que doraba su imperturbable gesto de tristeza.

Hundió los pies desnudos con movimientos zigzagueantes y al momento subió por sus piernas una corriente de energía que inundó todo su cuerpo.

Se abrió la camisa y palpó un punto exacto del esternón. Levantó el mentón respirando profundamente y apretó con el pulgar hasta oir un chasquido. Abrió los ojos ansiosa por comprobar que todo volvía a funcionar. Confirmó con un suspiro de alivio que los cambios empezaban a producirse.

Lo primero que desapareció fue el mar.

Con los pies en la arena-29,7x21cm-Pastel blanco sobre papel Canson negro

La pescadora valenciana

La orilla de la playa dividía su vida en dos mundos, ambos igual de imaginarios. Uno en el que creía estar viviendo; el otro, desconocido, cruel y generoso al tiempo, que le ofrecía el sustento pero que le robaba el aliento, que le paraba el corazón, y que a veces le hacía llorar cuando una vela blanca temblando en la lejanía hería sus ojos.

Pescadora valenciana-29,7x21cm-Dibujo pastel blanco sobre papel Canson negro

viernes, 29 de septiembre de 2017

El Recogedor

El grupo de caza colgaba de las ramas las piezas que cobraba y contínuaba su cacería sin detenerse. El Recogedor, guiándose por la alta sensibilidad de su olfato, las localizaba y las cargaba en su carro hasta la aldea.

Aquella mañana, el olor le llegaba con menos intensidad pero sorprendentemente distinto. Se salió del sendero dejando el carro con varias piezas alineadas sobre el cajón del que destacaba el voluminoso cuerpo de un enorme jabalí sobre los corzos, liebres y aves.

El Recogedor se abrió paso por la espesa vegetación entre la que el sol saliente entreveraba sus rayos de luz creando un efímero pero bello juego luminoso. Las sombras azuleaban el denso manto que cubría el bosque y, de repente, accedió al lugar del que provenía el olor dulzón que no sabía interpretar.

Levantó la mirada y su piel azul enrojeció de repente. Vió a dos seres cubiertos por unos ropajes extraños, colgados de las ramas de un roble con los cuellos tronchados y las manos amoratadas. Le levantó la barbilla al más grande y le impactaron sus ojos muy abiertos rodeados por unos negros círculos irregulares. Estaban resecos y enrojecidos, y transmitían un terror indescriptible. El otro, que parecía un niño, portaba además, colgando de su cuello, una tablilla en la que rayado con tiza se veían unos signos que hicieron que el Recogedor frunciera el ceño.

Se negaba a aceptar que el Grupo les había dado caza para el sustento de la aldea. Sus rostros eran tan parecidos a los de ellos... Respetuosamente los descolgó y cargó en el carro. Regresó a la aldea afectado por una congoja difícil de explicar.

Cuando al atardecer regresaron los cazadores, negaron haber sido ellos los causantes de tan crueles muertes. No obstante, los dos cadáveres pasaron a formar parte de las provisiones.

Al caer la noche, a la lumbre de la fogata, el Recogedor daba cuenta de los últimos trozos de carne de la cena. Había seleccionado unos pedazos de los novedosos seres. Repasó la tablilla del niño que se guardó como curiosidad, cuyos símbolos seguían intrigándole. Los repasó de nuevo: "APESTADOS". Y el sueño se apoderó de él.

El ahorcamiento - ilustración digital


domingo, 17 de septiembre de 2017

DEPREDADOR

Estaba harto de tanta rutina. Las horas de oscuridad eran pocas para hacer algo diferente a buscar comida. Un gato callejero, ratas, perros extraviados... Los humanos eran el gran plato, pero los riesgos eran enormes. Son una especie que se organiza rápidamente y acabarían dándole caza como a una cucaracha.

Así que aquella noche tomó una decisión. Confundido entre las sombras, recorrió el cementerio como de costumbre. Entró sigilosamente en la cripta justo antes del amanecer, apartó lentamente la losa de la egregia tumba y, antes de entrar, se quedó mirando su interior. La oscuridad más absoluta. Insoportable para él.

Se introdujo tomando nota mentalmente de cada gesto, de cada contracción muscular, del rictus que le provocaba la angustia de sobrevivir en un mundo anodino.

Tumbado, arrastró con las uñas la enorme lápida del túmulo que se hizo añicos contra el suelo. Por primera vez disfrutaba de una vista nítida del techado de la cripta, iluminada por los rayos de la mañana que se abrían paso por las cristaleras. Las lenguas de luz lamían el interior de la tumba y empezó a sacar hilos de humo de la frente del vampiro. Aunque el dolor era insoportable, reprimió un grito agónico cuando la luz solar le hizo arder como una tea medieval.

Antes de sentir cómo sus ojos caían al vacío y le golpeaban la nuca, siseó entre dientes: "Así que morir era esto..."


Depredador - 29,7x21cm - Pastel sobre papel negro Canson


A la sombra

Había perdido toda esperanza, pero cada día, al atardecer, miraba a ese punto perdido en la distancia que había de materializarse en un ser concreto, más allá de toda duda, en una silueta fluctuante avanzando hacia ella con los brazos abiertos y la sonrisa desnuda.

A la sombra - 21x29,7cm-Pastel sobre papel para esbozos Canson (inspirado en una imagen vista en la red)

Regreso a Ítaca

Apenas recordaba el camino de vuelta a casa.
Las experiencias vividas adormecían su memoria y le atribulaban el alma. Pero si algún recuerdo no parecía desvanecerse, ese era el de su tierna y amada Elisabeta. Mucho antes de que Ulises se perdiera en los procelosos mares del mundo, él ya llevaba una eternidad regresando a Ítaca.

Regreso a Ítaca - 29,7x21cm - Pastel sobre papel Canson negro


Amores ocultos

Esta tarde he dibujado esta ilustración con la paleta digital. Loli, mi encantadora suegra, me ha sugerido un título intrigante: "Amores ocultos" Después de unos instantes de reflexión, en los que imagen y título se fusionaban en un mismo espacio mental, he concluido que podría tener sentido en un plano metafórico en el que los personajes son meras representaciones de sentimientos y emociones que coinciden en un momento inadecuado. Un momento que genera reacciones inesperadas, como lo harían reactivos químicos aleatorios en una probeta. Vosotros ¿qué opináis? 😄😄😄

Amores ocultos - ilustración digital

miércoles, 28 de junio de 2017

Habira

-¡Habiraaaaaaa...!

La llamada era en realidad un cántico que se enredaba como la hiedra en sus tímpanos para después perderse lastimero en la espesura.

-¡Habiraaaaaaa...!

La muchacha pisaba el sotobosque con la delicadeza de una bailarina. Su mirada saltaba de rama en arbusto intentando buscar la fuente del sonido. Habira había perdido el control del tiempo y del espacio. Cuanto más quería acercarse, en realidad se alejaba. El camino se transformaba constantemente en un paisaje nuevo, diferente. De pronto sentía la pesadez de las pisadas sobre la arena de una playa, y al momento estaba hundiendo sus pies desnudos en la nieve que cubría un campo de vides.

-¡Habiraaaaaaa...!

Habira agarró con ansiedad una de las manos que, a modo de ramaje, pendían de unas palmeras y sintió un violento tirón. Lanzó un grito y abrió los ojos hasta dolerle.

-¡Habira, hija mía!

Su madre la abrazó, la besó, la apretujó. La enfermera acudió enseguida acompañada del médico que apartó con delicadeza a la madre. Habira seguía con los ojos abiertos mirando un punto en el infinito.

Cuando el médico acabó su breve reconocimiento le cerró los párpados y la recostó sobre la almohada. Le hizo un gesto ya conocido a la madre, que siguió llorando.

Habira se agachó para arrancar la flor. Sonrió al olerla profundamente y continuó su paseo acariciando de cuando en cuando la superficie enmohecida de los moais.

Perdida - óleo sobre lienzo (detalle)

DECIR ADIÓS

Decir adiós le partía el alma. Pero al menos le quedaban los cristales repiqueteando en el cielo, los globos dorados irisando el aire, la fina lluvia azul empapando su pelo y ablandándole la mirada que lo inundaba todo, que le cortaba el aliento.

Le dolía decirle adiós. Con sus manos, que parecían alas blancas de ángel agonizando al viento. Nunca volvería a verle. Sin embargo, algo le decía que era mejor así. Que era mejor vivir alentando en su interior el esplendor de un imperecedero recuerdo, que asomarse algún día al abismo del dolor, al desolador desconcierto de no saber como reconstruir con exactitud un amor que se ha roto.


Despedida - ilustración digital

martes, 13 de junio de 2017

AMIGO MÍO

Areiana tenía un amigo. Un niño gigante al que adoraba y que creció dentro de una cueva alimentándose de pequeños animalitos.

La niña le puso un nombre: Oblit, que significaba "grande". 

Lo escondió dentro de la montaña su mamá gigante antes de morir a manos de los Sarbish, el pueblo de Areiana. Pero eso fue antes de que ella naciera y ese hecho se perdió en el tiempo.

Areiana descubrió a su amigo curioseando dentro de la cueva. 

La única y pequeña entrada impedía que el pequeño gigante pudiera salir. Y además estaba lo del miedo. Le aterrorizaba asomarse al agujerito por el que entraba la luz.

Areiana le llevaba alimentos hasta que un día lo encontró enfermo. Se subió a su pie, trepó por su antebrazo y saltó hasta su pecho. Arrastrándose llegó hasta su cara, pellizcándole la piel subió hasta su boca, a su nariz y a sus ojos. Los tenía entornados y llorosos.

-¡Oblit!, ¿qué te pasa Oblit?

El gigante niño apenas gruñó.

Areiana corrió hasta su pueblo e intentó movilizar a sus padres, a sus vecinos para ayudar a su amigo. Pero nadie la tomó en serio.

-¡Un gigante atrapado en una cueva! Jajajaja

Sus padres le obligaron a permanecer en casa hasta que se le pasaran las alucinaciones.

La niña, cuando pudo, escapó llevándose una tinaja de leche de cabra. Al entrar a gachas en la cueva, vio a su amigo boca abajo, inerme. Se le resbaló la tinaja de la cadera hasta el suelo y corrió hasta él. Su amigo ya no respiraba. Sus grandes ojos estaban cerrados, cubiertos de sal de lágrimas. Él, en su escasa comprensión, creyó que su amiga le había abandonado al verle enfermo y que no volvería jamás. Pero al verla entrar con la tinaja, exhaló su último suspiro con una sonrisa.

Areiana se sentó junto a él y lloró sin parar. Entre sollozos, sus labios solo se abrieron una vez para susurrar:

-Amigo mío...

Amigo mío - ilustración digital

CULPABLE

Se detuvo de repente en plena noche. Miró las líneas de luz reflejada que se proyectaban sobre las baldosas y creyó ver un camino, una autopista ofrecida por el destino hacia la verdad. Y por primera vez en su vida lo vio claro. Apretó las mandíbulas y tragó saliva. La culpabilidad le dejó un regusto amargo. Volvería sobre sus pasos y admitiría que estaba equivocado. El después, aún no estaba escrito.


Culpable - ilustración digital

ACASO NO SON SOMBRAS

¿Acaso no son sombras
aquello que perseguimos?
¿Y no somos nosotros sino una sombra
que huye, que se esconde,
que suplica, gime y llora
por encontrar esa otra
que nos materialice al fin,
y nos presente
a la Felicidad?
Persecución en el lago - ilustración digital

EN MI SUEÑO

En mi sueño veo que es de noche, veo una hoguera en medio de la nada, con maderas al rojo vivo. Veo sus llamas lamiendo la oscuridad. Y la brisa, la veo en las fluctuaciones del fuego, en la intensidad de la luz. Y veo chispas que salen disparadas, y pavesas girando en el aire, sin control. Y el viento seguía soplando, pasando de largo, alejándose.
En mi sueño sentía que, en realidad, el fuego era yo, consumiéndome en medio de la nada, al ritmo cambiante de la brisa que, en realidad, eras tú.
Al despertar, me encontré con tu mirada de nube azul, y una lluvia de amapolas me cayó de tu boca, y me dormí de nuevo, arrebujado en tus brazos, y soñé que volvía a ser fuego, y que tú eras la hoguera, la noche, la brisa, la tierra. Que tú, lo eras todo.
Lejos del fuego - ilustración digital

Multitud

Me perdí entre la multitud y sentí pánico. Pánico, porque entre tantos, estaba solo. Y sin posibilidad de escape, tuve que enfrentarme al angustioso enigma de mi propia existencia...

Multitud - ilustración digital

sábado, 6 de mayo de 2017

ALIENAUTA

"Shhiiiishhhh..."
Los altavoces de la nave emitían un sonido penetrante.
Con la mano aún temblando, Robert activó el micrófono.
 -Robert a Base. -tragó saliva-. Robert a Base...
Al fin una voz neutra respondió al otro lado.
 -Aquí Base. La comunicación es defectuosa pero le oímos Robert. Adelante.
 -Aborten reentrada. Repito, aborten reentrada.
 -Imposible Robert. La misión debe seguir adelante según lo establecido.
 -Negativo Base. La carga se ha visto comprometida. Han muerto todos...
 -Robert...
Sshhhhishhhhhh
 - Robert. ¿Nos oyes?
Sshhhhhhhhhhh
 -Todos muertos... -gimió.
Robert cayó al suelo y quedó boca arriba. Su cuerpo entró en crisis: los ojos en blanco, las extremidades se convulsionaron y de la boca, un líquido anaranjado burbujeó hacia su nuca.
Paulatinamente los miembros de la nave le rodearon en silencio. Las cuencas vacías de ojos, los labios carcomidos, los dientes podridos hasta la raíz. Todos se giraron con ojos sanguinolentos hacia la voz que emitió el ordenador central de la nave.
-¡Atención: próximo destino, la Tierra!

Alienauta - ilustración digital



miércoles, 3 de mayo de 2017

FE MALDITA


El padre Samuel estaba un poco harto de repartir hostias. 

Cada vez estaba más convencido de que quienes tomaban el Cuerpo de Cristo no lo merecían. ¿Cristianos? ¡Ja! Usaban la religión para justificar sus vicios y ocultar sus zonas más oscuras. "Perdóneme Padre porque..." bla, bla, bla.

Estaba pasando una crisis, como cuando empezó el noviciado. Le cansaba ponerse y quitarse el alba, la casulla, la estola. Sostener el copón se le hacía insufrible hasta tal punto que le tentaba golpear en la cabeza a algún que otro creyente cretino, reincidente en abyectos actos mil veces confesados y mil veces perdonados a los ojos de Dios.

Una feligresa le aguardaba arrodillada en el confesionario. Se colgó la cruz sobre la sotana y cerró la cortina granate al sentarse en el interior. Se persignó tres veces y miró a la mujer a través de la celosía. Era de una hermosura virginal. Ninguna imagen de santa o Vírgen de las que había visto a lo largo de su vida se le podían igualar.

Sin embargo, ese olor... Una mezcla entre dulce y amargo, un olor estanco, de patio húmedo y deshabitado.

El padre Samuel le hizo la señal de la cruz y la mujer pareció girar el rostro de pronto.

-¿Está Vd. bien?

La mujer, cubierta con una capucha negra, respondió en un idioma desconocido para él que sonaba a lascas cayendo sobre el agua.

Samuel se cubrió la cara con la mano en un gesto pensativo y escuchó escalofriantes gruñidos convencido de que cesarían pronto y ella empezaría a disculparse y a confesar pecados interesantes. 

Por fuera oyó murmullos y pasos apresurados que se dirigían a la salida dejando la iglesia en silencio. Casi podía oír los quejidos del pábilo de las velas derritiendo la cera. 

Un siseo le sobresaltó. Volvió a mirar a través de las finas tiras de madera, pero la mujer ya no estaba, lo que le produjo un cabreo irracional. ¡Más de lo mismo! El mundo se volvía loco por momentos. Se levantó bruscamente, corrió la cortina y dio un respingo: la mujer, de pie frente a él, le miraba con dos círculos incandescentes, abriendo la boca lentamente. Un hilo de saliva espesa unía los colmillos de ambas mandíbulas. Samuel se quedó petrificado cuando ella le asestó un mordisco brutal del que no pudo zafarse. Todo se le desenfocó y perdió el conocimiento.

En estado inconsciente, su cuerpo se metamorfoseó. Los feligreses más valientes que se le acercaban, huían espantados al verle.

Samuel recuperó el conocimiento y se incorporó con gran esfuerzo. Estaba rodeado de policías apuntándole con un arma. Gente común se protegía tras ellos. Le miraban con caras aterradas sin decir nada. Y el padre Samuel seguía sorprendido. No entendía nada. Pero una idea le inundó el cerebro: La iglesia emanaba un olor exquisito a sangre caliente y líquida. Y él se sintió poseído por una sed primitiva, que abría la garganta de todas sus células empujándole a saciarla.

Miró, como lo haría un depredador salvaje, a una de sus beatas favoritas. Toda la nave, la pila bautismal, los retablos, temblaron cuando saltó sobre ella como una bestia surgida del Averno.

Algunos de los presentes corrieron despavoridos, otros no podían reaccionar ante lo que veían, un par de policías dispararon sobre él hasta vaciar el cargador, pero Samuel seguía succionando incansable hasta que, una vez saciado su apetito, se levantó en silencio, se ajustó el alzacuellos con los dedos manchados de sangre, y ante la mirada atónita de todos, caminó como un dios entre lacayos hasta perderse en los secretos de la noche.


Fe maldita - ilustración digital

Bronco, el pirata

Era conocido como Bronco entre sus colegas.

Nunca aspiró a ser un grande, como Drake o Barbanegra. Solo quería regresar a su cabaña, darle de comer a su mascota y leer la montaña de viejos manuscritos que requisaba en sus abordajes. 

Dominaba varios idiomas, pero los textos que más le interesaban estaban caligrafiados en árabe. Se enamoró de los poemas, de los planos de barcos y edificios, de las filigranas geométricas, de las sorprendentes estructuras mecánicas... Pero sobre todo, lo que guardaba como un tesoro, era un pergamino amarillento y muy frágil con el que pasaba las horas muertas. En su deteriorada superficie, un artista anónimo dibujó con tinta de color caldera y suaves toques de albayalde, unas figuras que representaban cuerpos de mujer, en poses de gran elegancia y cuya belleza artística le subyugaba. Las miró hasta quedarse dormido.

Cada vez que regresaba de uno de sus saqueos traía algo nuevo.
Aquella vez regresó con una bella muchacha de ojos rasgados a la que no entendía. Se ganó su confianza tratándola con respeto, dándole un poco de espacio en su choza. Intentó imitar las pinturas que le fascinaban copiando a la joven, con diferentes pigmentos y materiales, pero ninguna de sus obras le satisfacía. Hasta que, observando su frustración, la joven se acercó a él con una sonrisa. Le cogió el pincel, lo mojó en tinta de calamar y sobre un pedazo de piel de carnero que extendió sobre las tablas del piso, empezó a arrastrar las cerdas empapadas. Bronco, boquiabierto, fue testigo del mayor prodigio que jamás viera. Las líneas de tinta bailaban, se unían, se fusionaban y conformaban al fin una imagen de una belleza extrema. 

Miró a la muchacha. Apartó de su rostro la espesa melena azabache y la besó cerrando los ojos. Pero sintió un fuerte picotazo en la boca que le despertó de repente. Su loro tenía hambre. Tumbado en el suelo, miró a su alrededor. Ni rastro de ninguna chica, pero sí de una botella de ron que rodaba vacía junto a su cabeza.

Un soldado del rey de España pateó la puerta de su choza y la luz del sol le cegó unos segundos. No pudo levantarse. La bayoneta le atravesó el pecho y le dejaron agonizando allí mismo. El dibujo rojo intenso, que Bronco creó escupiendo sangre sobre los tablones de su choza, le enamoró hasta morir.




Bronco el pirata - ilustración digital

viernes, 14 de abril de 2017

ADVENIMIENTO

Ocurrió en la noche de primavera del año 0.

La lluvia iluminó la noche y entre sus gotas caían engarzadas las semillas doradas que les dió de comer durante 600 generaciones.

Cada aniversario, todo el pueblo esperaba, mirando al cielo, que se repitiera el milagro y que otro regalo les hiciera aún más felices.

Aquél aniversario se palpaba en el aire la certidumbre de que algo especial iba a ocurrir. Así que todas las miradas, todos los rostros se alineaban hacia la bóveda celeste, con la boca entreabierta, los manos entrelazadas y la respiración tensa en la garganta.

Se quedaron toda la noche esperando. Algunos empezaron a irse temprano y el goteo no cesó hasta que solo quedaron Asfon y Grugen en la explanada adornada de flores. Agotados, con la nuca dolorida, pero rebosantes de fe. 

El alba asomaba tímidamente sus deditos amarillos. 

Contenidas en los párpados, las lágrimas rodaron por sus mejillas. Ellos eran los únicos que tenían la suficiente fe como para darse cuenta de que el milagro se había obrado una vez más: como cada día, el sol se elevaba sobre las montañas e irisaba la mies que rodeaba por completo la aldea, como un manto áureo de amor y vida.


Advenimiento - ilustración digital

VÍCTIMA MÚLTIPLE

Jash era un asesino. Algo peculiar, pero un asesino.

La primera vez que mató a Elisa fue la Nochevieja del 68.
Era la cajera del supermercado de su barrio. 

Cada vez que Jash coincidía con ella al pagar la compra, Elisa le miraba de forma burlona, o se mostraba grosera con él, o descortés, o le explotaba globos de chicle en las narices.

La odiaba. Jamás había odiado a nadie más en el mundo.

Un día, decidió seguirla para averiguar dónde vivía.

Y en la Nochevieja, cuando regresaba de festejarla con sus amigas,  en un tramo solitario del parque, la abordó ataviado con un disfraz y máscara de diablo.

Le obligó a desnudarse para humillarla mientras le relataba los motivos por los que iba a matarla. Elisa no paraba de llorar y suplicar.

A la mañana siguiente un corredor descubrió el cadáver.

Jash pasó la peor noche de su vida. No salió de su casa durante tres interminables días.

Al fin, muerto de miedo, entró en el supermercado. Temió que todos le reconocerían como el asesino de Elisa, pero nadie le prestó atención. Compró leche y pan y se puso en la cola de la caja tras cinco clientes. Le temblaban las manos. Cuando casi llegaba su turno, se fijó en la cajera y se mareó. Una rubia que masticaba chicle despachaba a una señora y de repente se le quedó mirando. ¡Era Elisa! ¡Imposible!

Elisa volvió a tratarle con desprecio y Jash planeó y ejecutó su muerte desde aquel día cientos de veces más. Hasta que ya no le quedaba odio, ni rencor. Y una noche, cuando Elisa gritaba de terror esperando que el hacha cayera sobre ella, Jash, agotado, dejó caer el arma al suelo de la cocina, y se sentó en las baldosas murmurando: "No puedo más".

Elisa había dejado de gritar, se agachó frente a él, le levantó la barbilla con el índice, le miró a los ojos con odio y le preguntó:

  -Entonces, ¿no me vas a asesinar más veces, pedazo de mierda?

Jash lloriqueaba y la miró. Apenas vio caerle el hacha en la frente una y otra vez.

A la mañana siguiente, Elisa estaba trabajando en el supermercado. El uniforme ocultaba la sangre seca de Jash que aún salpicaba su cuerpo. Miró hacia la puerta y empezó a reír a carcajadas salvajes.

Jash estaba de pie en la puerta de apertura automática, que rebotaba contra su cuerpo, con el hacha hundida en la cabeza y una enorme sonrisa en su cara de gilipollas múltiple.


Víctima múltiple - ilustración digital



viernes, 17 de marzo de 2017

La Matamoscas

El edificio de 6 plantas estaba libre de moscas. 

La vecina del primero, la Matadora, recorría todos los días las 6 plantas con su matamoscas de estrecho mango de alambre rematado por una pala rectangular con rejilla de plástico verde: Su arma de destrucción masiva.

En su ansia exterminadora había golpeado con saña al vecino del 4º cuyos ojos saltones y su boquita de pitillo provocaba sus bajos instintos.

La comunidad la soportaba por interés. Así que se encerraban en sus casas hasta que la exterminadora finalizaba su ronda insecticida. Jamás encontraban cadáveres. Alguien difundió el rumor de que se las comía.

¡Plis! ¡Plas! era una batalla despiadada en la que siempre vencía la raza humana.

Un día, la Matadora no hizo su ronda. A la semana de inactividad, los vecinos llamaron a la policía.

La policía avisó a los bomberos que derribaron la puerta. Un olor melífluo les invadió el cerebro a todos. Incontables criaderos de moscas colgaban del techo, de las paredes, cubriendo todo el espacio de la casa.

Entraron a gatas en el cuarto principal y allí se toparon con la Matadora en estado de pupa, palpitando sobre la cama. Sobre ella, un moscón gigante con un poderoso parecido al vecino del 4º, revoloteaba sobre ella amorosamente.

La Matamoscas

Hay ocasiones

Hay ocasiones en las que busco el vacío, en las que necesito arrasar la mesa y dejarla completamente limpia para centrarme y empezar de cero. Borrar con ansiedad la pizarra atestada hasta el límite de anotaciones, fórmulas, tópicos, máximas, chistes, improperios y al fin observarla despejada.

Hay ocasiones en las que anhelo pasear de noche sin rumbo por la ciudad, perderme en un bosque tupido en el que no haya nada conocido, sentarme durante un tiempo sin tiempo en un banco de piedra frente al océano con las manos en los bolsillos y las piernas estiradas y un pie sobre otro pie y la visera de la gorra tapándome las ideas, las fantasías, los recuerdos que me devuelven el dolor.

Hay ocasiones en las que no quiero más que tumbarme en la hierba sin otra cosa de la que preocuparme que estar bien, sentir el frescor de la brisa o el sol bailando sobre mi cara.

Y no por eso todo. Ni nada. Ni nunca. Ni ahora.

Y no por eso tú, ni yo, ni ayer.

Y no por eso, mañana.

Descanso en la hierba

martes, 7 de marzo de 2017

La sirena perdida

María creció entre desperdicios, rodeada de miseria y sin embargo hermosa. Jamás acudió al colegio, nunca leyó un cuento o un libro. Se pasaba el día jugando con los otros niños al escondite entre los escombros, o en los arbustos cerca de la playa.

Un día, siendo ya adolescente, se besaba con un chico arropada por los largos cabellos anaranjados de las dunas, cuando le llamó la atención un chapoteo en las olas que se espumaban en la orilla.

Se sorprendió al ver una gran pez dando saltos fuera de la superficie y entrando en el agua emitiendo un sonido dulcemente melodioso.

Le pareció que exhibía una larga melena de brillos azulados y que las escamas de sus caderas destellaban al sol como pepitas de oro.

Esa imagen le embargó tanto, que se desentendió del chico, corrió hasta la orilla, entró en el agua y nadó torpemente unos metros buscando a aquella bellísima criatura sin conseguirlo.

Volvía nadando a la arena cuando un tirón la hundió y notó un beso pulposo en sus labios y pinchazos en su cintura.

Mucho se habló de aquello en el barrio.

María enfermó. Su cuerpo se fue cubriendo de escamas y sus piernas se unieron en una delicada cola de pez. Su familia la ocultó en un cuartucho, con un cubo de agua y un cazo hasta que murió emitiendo gritos que semejaban cánticos. 

Con el tiempo, el barrio fue abandonado por sus habitantes. Los muros de las casas se desconchaban o derrumbaban.

En un cuartucho derruido, una pared a la vista de cualquiera, mostraba una extraña silueta: los restos de María se habían quedado adheridos a ella y su figura pisciforme se recortaba sobre el yeso.

Durante muchos años, los vecinos se refirieron a ella, como la sirena cautiva. O desgarrada. O condenada.


La sirena de los suburbios - fotografía tomada de una pared en el barrio de El Cabañal, y algo retocada por mí (poco) digitalmente.


viernes, 3 de marzo de 2017

Qué triste hacerse viejo

Qué triste hacerse viejo 
Anciana sentada - ilustración digital
cuando cada año que pasa 
te deja un poco más solo, 
cuando de tus ramas 
caen las hojas una a una 
con cada amigo que muere, 
con cada amor que extrañas. 

Qué triste hacerse viejo 
cuando ya no hay quien acompañe
tus tardes al sol, 
cuando el camino de regreso a casa 
se hace inacabable 
y deseas caer de bruces 
y ya no volver a levantarte.

Qué triste hacerse viejo 
cuando las manos arrugadas 
de un recién nacido 
asaltan tu memoria 
y se convierten en las tuyas. 
Cuando la tarde anaranjada, 
enrojece tu rostro 
y tu alma llora. 
Cuando miras el poniente 
buscando un rayo de esperanza, 
o la sombra de tus muertos 
ofreciéndote un abrazo 
que dure más 
que una huidiza mirada, 
o que un suspiro, 
o que un sueño.

Qué triste hacerse viejo solo, 
sin ningún consuelo, 
sin ninguna compaña.


Y la Muerte tomó vida

Y la Muerte cobró vida para tocarla como sólo un ser vivo puede tocar a otro, como sólo la piel humana puede sentir la ternura de la carne que vibra con la sola expectativa de un contacto furtivo, que tiembla bajo la mano que la acaricia con pasión y deseo irrefrenable. 



Desnuda de espaldas - 30x42cm - Técnica mixta sobre papel

Chupándose el dedo

Era su coletilla preferida. La solía soltar en todas las tertulias familiares, en las conversaciones con los amigos y, lo que es peor, en las entrevistas que concedía a diferentes cadenas de televisión.
No había referencia a su persona o a su trabajo que no la concluyera con un: "¡...que una ya no se chupa el dedo!" y quienes la escuchaban intercambiaban miraditas de complicidad.

Cuando llegaba a su casa, repetía inconsciente un ritual que, al vivir sola, nadie le había afeado. Antes de dormir empezaba con pequeñas succiones en su dedo índice mientras leía o veía televisión.  Y al acostarse, siempre del lado derecho, acomodaba el almohadón, apagaba la luz, cerraba los ojos y se metía el pulgar en la boca. Lo chupaba rítmicamente hasta que el sueño la devolvía a su infancia de nuevo, y amanecía sollozando y convencida de que aún la mecían, entre canturreos, los brazos de su madre.

Chupándose el dedo - ilustración digital






Y llegará el día de la ira

Y llegará el día de la ira,
y las manos se alzarán hacia el cielo
suplicando misericordia.

Y llegará el día del llanto eterno
en que los impuros de corazón
implorarán el perdón que negaron.

Y llegará el día de la compasión,
que nos sorprenderá sin aliento,
y nos acogerá en su seno,
y nos dará consuelo, 
y nos querrá despiertos
hasta el final de los tiempos.




Manos entrelazadas - ilustración digital

Ilusiones

Sus siluetas fluctuaban como pompas de jabón en la noche de cola de caracol, Fibonacci agazapado.

Apenas unas pocas estrellas taladraban el terciopelo celeste, oscura ala de cuervo.

Flotaba en el aire la bruma, la niebla, la llovizna persistente de lumínicas y ciegas luciérnagas.

Se asentaba la fosforescencia sobre sus hombros, sobre su pelo y sus ropas como ingrávidos mantos de polvo radiactivo.

Sus fantasmales figuras fueron desapareciendo con paso cadencioso envueltos por la negrura, cogiéndose apenas de los dedos, pellizcándose las puntas de los guantes de seda mientras el eco de sus risas morían tristes a los pies del resplandor que parpadeaba en la cresta de las montañas.



Ilusiones - ilustración digital

Encuentro decisivo

No marques el camino de vuelta con miguitas de pan, porque los animalitos del bosque se las comerán.

No siembres tu camino de cadáveres, porque el ángel de la muerte, más pronto que tarde, te aniquilará.





Encuentro decisivo - ilustración digital

Las piedras

Las piedras han sido nuestras aliadas desde la edad que recibe su nombre. Han sido armas, herramientas, protección. Quizás deberíamos homenajearlas de alguna forma inteligente, llegando hasta ellas por algún medio de comunicación que aún desconocemos. Pero no hay grupos de investigadores ocupados en ese proyecto. Ninguno que crea en esa posibilidad. Es más, evitan llamarlas piedras (más cariñoso) y las denominan simplemente rocas. Sin mariconadas...



Momento de introspección - ilustración digital

La creación

La creación es un hecho constante, continuo e imparable. Incluso destruir es crear, hacer que algo que no existía mas que como posibilidad, defina su difusa forma inmaterial en algo concreto. Aunque el resultado, bajo el filtro de nuestra cultura, pudiera convertir nuestra existencia en un espantoso infierno.

El creyó que, lo que hizo posible, salvaría al mundo. 

De buenas intenciones están sembrados los camposantos.



El árbol querría tener alas


El árbol querría tener alas, 
alas de paloma.
La paloma tener raíces, 
raíces profundas
de sinuosas formas.

El mar querría subir montañas,
las montañas ser el río
que pasa y se asoma,
que dice adiós 
y jamás retorna.

Y yo quisiera ser tú
por un instante,
y unir mi alma a tu alma,
y que a mi amor tu corazón 
al fin le corresponda.




jueves, 9 de febrero de 2017

Un nuevo amanecer

Uffff... Esta mañana me ha costado mucho levantarme. 
En un épico esfuerzo mental, he conseguido ponerme en pie y estirar el cuerpo, elevar los brazos, los dedos en alto al máximo de mis posibilidades. 

Las acuarelas del amanecer empezaban a mostrarse en toda su intensidad, con líricos rojos y naranjas. Abrí las hojas de la ventana y un aire fresco bailó alrededor de mi cara y jugó con la humedad de mis ojos. A lo lejos, solo algunas luces delataban entre las sombras las grúas del puerto, que parecían pequeñas cabezas melancólicas, huecas de esperanza. 

Abajo, a casi 40 metros de profundidad, diminutos puntos andaban apurados de un lado para otro. Ni los semáforos en rojo detenían su apresuramiento. 

Un día más imaginaba que el sol era como una gran tarántula de luz trepando por las paredes que colgaban al otro lado del horizonte, y que sus ojos, múltiples faros gigantes, repartían sus haces de luz en todas direcciones, hasta que al llegar a la cima, nos veía una vez más, afanosos con trivialidades en vez de quedarnos con la boca abierta, viéndola trepar por el cielo de cristal rosa y azul, sobre nuestras cabezas.

Cierro la ventana y apoyo la cabeza en el cristal. Hoy va a ser uno de esos días en los que disfrazarme, va a doler hasta la lágrima.


Amanecer en Valencia - fotografía

El despertar

No se lo ha contado a nadie. Ni lo hará jamás.

Le ocurre a veces al despertarse con los primeros rayos de sol.

Una sensación, un contacto suave pero muy firme, acariciándole el hombro. Ella sabe de quién es. Y por eso, le tiembla todo el cuerpo cuando la idea de recobrarlo entre sus brazos destruye sus temores.

Después, lentamente, vuelve a su vida y a sus muertes.



El despertar - ilustración digital



miércoles, 18 de enero de 2017

La puerta azul


Ayer andaba a paso rápido por una calle poco frecuentada, con una tarea metida entre ceja y ceja que apremiaba una solución, cuando pasé junto a una gran puerta que llamó mi atención con tal fuerza que me detuve frente a ella.

Me quedé extasiado mirándola. Era más bien un portón, con dos grandes hojas, unidas por un cerrojo artesanal.


Cuanto más la miraba menos puerta me parecía ver, y más un corazón. Un corazón lastimado.

En un tiempo debió ser nueva, orgullosa, segura de sí misma frente al mundo. Pintada de azul cielo, deslumbrante en su simple juventud. Accesible a cualquiera que deseara traspasarla y conocer cuanto hubiera en su interior. Henchida de generosidad por ser tan bella.

Hoy, demacrada, con heridas en su superficie y quizás también más profundas, con pintadas faltas de respeto, con golpes nacidos de la insensibilidad o del miedo, emanaba un aroma, mezcla de abandono y tragedia.

Puse mis manos abiertas sobre ella y noté mis propios latidos en las viejas vetas de madera.

Por alguna razón deduje que desde hacía mucho tiempo no se abría a nadie, excepto para mantener una pizca de la dignidad que el desaprensivo paso de los años le fue arrebatando sin apenas un guiño de misericordia.

La puerta azul-fotografía que realicé el 12-12-2016