Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

Bienvenidos a mi blog. Todas las imágenes y los textos del blog son de mi única y absoluta autoría para el disfrute de quien sepa apreciarlo.

(Para quienes sólo quieran ver mis obras pictóricas, las encontraréis aquí http://raultamaritmartinez.blogspot.com.es/ )


sábado, 6 de mayo de 2017

ALIENAUTA

"Shhiiiishhhh..."
Los altavoces de la nave emitían un sonido penetrante.
Con la mano aún temblando, Robert activó el micrófono.
 -Robert a Base. -tragó saliva-. Robert a Base...
Al fin una voz neutra respondió al otro lado.
 -Aquí Base. La comunicación es defectuosa pero le oímos Robert. Adelante.
 -Aborten reentrada. Repito, aborten reentrada.
 -Imposible Robert. La misión debe seguir adelante según lo establecido.
 -Negativo Base. La carga se ha visto comprometida. Han muerto todos...
 -Robert...
Sshhhhishhhhhh
 - Robert. ¿Nos oyes?
Sshhhhhhhhhhh
 -Todos muertos... -gimió.
Robert cayó al suelo y quedó boca arriba. Su cuerpo entró en crisis: los ojos en blanco, las extremidades se convulsionaron y de la boca, un líquido anaranjado burbujeó hacia su nuca.
Paulatinamente los miembros de la nave le rodearon en silencio. Las cuencas vacías de ojos, los labios carcomidos, los dientes podridos hasta la raíz. Todos se giraron con ojos sanguinolentos hacia la voz que emitió el ordenador central de la nave.
-¡Atención: próximo destino, la Tierra!

Alienauta - ilustración digital



miércoles, 3 de mayo de 2017

FE MALDITA


El padre Samuel estaba un poco harto de repartir hostias. 

Cada vez estaba más convencido de que quienes tomaban el Cuerpo de Cristo no lo merecían. ¿Cristianos? ¡Ja! Usaban la religión para justificar sus vicios y ocultar sus zonas más oscuras. "Perdóneme Padre porque..." bla, bla, bla.

Estaba pasando una crisis, como cuando empezó el noviciado. Le cansaba ponerse y quitarse el alba, la casulla, la estola. Sostener el copón se le hacía insufrible hasta tal punto que le tentaba golpear en la cabeza a algún que otro creyente cretino, reincidente en abyectos actos mil veces confesados y mil veces perdonados a los ojos de Dios.

Una feligresa le aguardaba arrodillada en el confesionario. Se colgó la cruz sobre la sotana y cerró la cortina granate al sentarse en el interior. Se persignó tres veces y miró a la mujer a través de la celosía. Era de una hermosura virginal. Ninguna imagen de santa o Vírgen de las que había visto a lo largo de su vida se le podían igualar.

Sin embargo, ese olor... Una mezcla entre dulce y amargo, un olor estanco, de patio húmedo y deshabitado.

El padre Samuel le hizo la señal de la cruz y la mujer pareció girar el rostro de pronto.

-¿Está Vd. bien?

La mujer, cubierta con una capucha negra, respondió en un idioma desconocido para él que sonaba a lascas cayendo sobre el agua.

Samuel se cubrió la cara con la mano en un gesto pensativo y escuchó escalofriantes gruñidos convencido de que cesarían pronto y ella empezaría a disculparse y a confesar pecados interesantes. 

Por fuera oyó murmullos y pasos apresurados que se dirigían a la salida dejando la iglesia en silencio. Casi podía oír los quejidos del pábilo de las velas derritiendo la cera. 

Un siseo le sobresaltó. Volvió a mirar a través de las finas tiras de madera, pero la mujer ya no estaba, lo que le produjo un cabreo irracional. ¡Más de lo mismo! El mundo se volvía loco por momentos. Se levantó bruscamente, corrió la cortina y dio un respingo: la mujer, de pie frente a él, le miraba con dos círculos incandescentes, abriendo la boca lentamente. Un hilo de saliva espesa unía los colmillos de ambas mandíbulas. Samuel se quedó petrificado cuando ella le asestó un mordisco brutal del que no pudo zafarse. Todo se le desenfocó y perdió el conocimiento.

En estado inconsciente, su cuerpo se metamorfoseó. Los feligreses más valientes que se le acercaban, huían espantados al verle.

Samuel recuperó el conocimiento y se incorporó con gran esfuerzo. Estaba rodeado de policías apuntándole con un arma. Gente común se protegía tras ellos. Le miraban con caras aterradas sin decir nada. Y el padre Samuel seguía sorprendido. No entendía nada. Pero una idea le inundó el cerebro: La iglesia emanaba un olor exquisito a sangre caliente y líquida. Y él se sintió poseído por una sed primitiva, que abría la garganta de todas sus células empujándole a saciarla.

Miró, como lo haría un depredador salvaje, a una de sus beatas favoritas. Toda la nave, la pila bautismal, los retablos, temblaron cuando saltó sobre ella como una bestia surgida del Averno.

Algunos de los presentes corrieron despavoridos, otros no podían reaccionar ante lo que veían, un par de policías dispararon sobre él hasta vaciar el cargador, pero Samuel seguía succionando incansable hasta que, una vez saciado su apetito, se levantó en silencio, se ajustó el alzacuellos con los dedos manchados de sangre, y ante la mirada atónita de todos, caminó como un dios entre lacayos hasta perderse en los secretos de la noche.


Fe maldita - ilustración digital

Bronco, el pirata

Era conocido como Bronco entre sus colegas.

Nunca aspiró a ser un grande, como Drake o Barbanegra. Solo quería regresar a su cabaña, darle de comer a su mascota y leer la montaña de viejos manuscritos que requisaba en sus abordajes. 

Dominaba varios idiomas, pero los textos que más le interesaban estaban caligrafiados en árabe. Se enamoró de los poemas, de los planos de barcos y edificios, de las filigranas geométricas, de las sorprendentes estructuras mecánicas... Pero sobre todo, lo que guardaba como un tesoro, era un pergamino amarillento y muy frágil con el que pasaba las horas muertas. En su deteriorada superficie, un artista anónimo dibujó con tinta de color caldera y suaves toques de albayalde, unas figuras que representaban cuerpos de mujer, en poses de gran elegancia y cuya belleza artística le subyugaba. Las miró hasta quedarse dormido.

Cada vez que regresaba de uno de sus saqueos traía algo nuevo.
Aquella vez regresó con una bella muchacha de ojos rasgados a la que no entendía. Se ganó su confianza tratándola con respeto, dándole un poco de espacio en su choza. Intentó imitar las pinturas que le fascinaban copiando a la joven, con diferentes pigmentos y materiales, pero ninguna de sus obras le satisfacía. Hasta que, observando su frustración, la joven se acercó a él con una sonrisa. Le cogió el pincel, lo mojó en tinta de calamar y sobre un pedazo de piel de carnero que extendió sobre las tablas del piso, empezó a arrastrar las cerdas empapadas. Bronco, boquiabierto, fue testigo del mayor prodigio que jamás viera. Las líneas de tinta bailaban, se unían, se fusionaban y conformaban al fin una imagen de una belleza extrema. 

Miró a la muchacha. Apartó de su rostro la espesa melena azabache y la besó cerrando los ojos. Pero sintió un fuerte picotazo en la boca que le despertó de repente. Su loro tenía hambre. Tumbado en el suelo, miró a su alrededor. Ni rastro de ninguna chica, pero sí de una botella de ron que rodaba vacía junto a su cabeza.

Un soldado del rey de España pateó la puerta de su choza y la luz del sol le cegó unos segundos. No pudo levantarse. La bayoneta le atravesó el pecho y le dejaron agonizando allí mismo. El dibujo rojo intenso, que Bronco creó escupiendo sangre sobre los tablones de su choza, le enamoró hasta morir.




Bronco el pirata - ilustración digital