Bien ve ni dooooooooooossssssssssssss

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sábado, 3 de marzo de 2018

Jonás, el vaquero

Desde la loma - Dibujo técnica mixta
Cansado de tragar polvo guiando el ganado, de limpiarle los ojos a su caballo, de palmearle el cuello y de mesar sus crines sucias y grasientas.

Cansado de sortear piedras y grietas de los caminos, de desclavar pacientemente las ortigas de sus pantalones.

Cansado de no recordar la cara de su madre pero sí el cinturón de su padre, cansado de soñar en un país lejano y verlo desaparecer en el limbo de los sueños.

Cansado de trotar, galopar, trotar otra vez y detener su montura frente a un lago que refleja el disco lunar o en un cauce seco y muerto.

Cansado de sentirse triste, de vivir decepcionado y de tragar fuego, cenizas, insectos, de lamerse la sangre de las heridas, de rezarle mal al dios equivocado.


Cansado de estar cansado, buscaba un trabajo de vaquero sin conseguirlo.

Aquella noche las estrellas brillaban con gran intensidad.

Escogió un lugar resguardado para descansar.

Jonás, sentado junto a la fogata que con sus pavesas jugaba con la noche más negra que recordaba, se ajustó el sombrero sobre la frente. Las llamas le iluminaban apenas la cara cuando su caballo relinchó. Antes de darse cuenta, la cascabel le había mordido en la mano. Gritó de rabia. La serpiente se escabulló rápidamente entre los arbustos. Intentó succionar el veneno pero la hinchazón empezaba a ser evidente. Ató a dos centímetros de la herida un trozo de la camisa. Poco más sabía hacer.

En medio de la nada, solo podía esperar que no le hubiera inyectado mucho veneno. Pero los síntomas indicaban lo contrario. Empezaba a faltarle el aire, sentía náuseas y un dolor insoportable le trituraba el brazo. Así que tomó una decisión. No podía permitir que su caballo muriera de sed cuando él falleciera. Cargó la pistola y se acercó a él. Un mareo le hizo perder el equilibrio. Le acarició la cara y le miro a los ojos. A Jonás le pareció ver en ellos cierta calma fatídica ante lo inevitable. Le fijó el cañón del arma en la frente con mano temblorosa unos interminables segundos. Se le escapó un sollozo y finalmente disparó al aire. El caballo levantó sus patas delanteras y se perdió galopando en la oscuridad.

Jonás sentía que el corazón le empezaba a fallar. El cansancio acumulado hizo el resto. Tumbado boca arriba junto a la hoguera, le inundó una vaharada de felicidad. Se le llenaron los ojos de estrellas.

Al momento se le difuminaron y en su lugar, como por arte de magia, pudo ver perfectamente dibujado, el rostro de su madre exhibiendo una sonrisa cruel y levantando sobre su cabeza el viejo cinturón del padre que les abandonó cuando Jonás apenas era un niño.

La noche se tragó a Jonás y veló su cadáver hasta que el sol la reemplazó con sus largas trenzas doradas.



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